sábado, 6 de agosto de 2011

Escenas de la Vida Cotidiana



                Premios, lecturas, reseñas, más premios. Tengo un amigo, al que quiero pero lo veo muy de vez en cuando, -tal vez por eso ha aguantado la amistad-, que le encantan esos rituales. Es más: es el lector o reseñador oficial al que acuden la Secretaría de Cultura, los mismos interesados, ¡vamos!, hasta las guardianas de La Vela Perpetua para que escriba unas líneas o hable unos minutos sobre el libro de crónicas, cuentos, impresiones, folletones, trípticos y otras yerbas. Si está en la mesa es sinónimo de buen texto, así sea infame.
                Dice con mucha razón Heriberto Yepes que los talleres literarios matan al escritor en ciernes porque no se trabaja sobre la creación, sino que se habla y se juzga. Es muy probable. En el año que acudí a los talleres de Neftalí Coria sobre poesía y narrativa no aprendí un carajo. Eso fue hace mucho y la intoxicación duró muy poco. Corrijo: fui testigo de cómo talentos menores se construyen una personalidad atractiva, exitosa, -así sea de cartón-piedra-, y reúnen a golpe de rollo algo que se asemeja a un club de fans.
                ¿Y la literatura? Bien, gracias. 

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